lunes, 25 de octubre de 2010

De la torpeza y los recuerdos desenterrados

Una lata de refresco frente a mí, el libro "La Sombra del Viento" a un lado y los hermosos acordes de los Beatles estallando de mi computadora, son las 10:34

Y hablo contigo, sí, contigo, más bien te leo y te escribo, como hace un año lo hacía, claro que hace un año era de madrugada y jugábamos a preguntar tonterías, esperando saber más de ti y de mí en cada respuesta.
Y ahora hablamos de sentimientos, personas, y momentos vivos en el recuerdo pero lejanos en el tiempo.
Y escucho a los Beatles siendo que ellos fueron lo primero que vi en ti, qué gran tortura.
Y este escrito no busca tristezas, ni esconde intenciones, o tal vez no muchas, lo único que busca es poder desahogar gritos frustrados por mi mente torpe en momentos de debilidad, busca calmar lágrimas aferradas que aún después de una linda charla y muchas disculpas no se logran disipar.
Sí, tú, ya sabrás que hablo de ti y qué mejor que lo sepas, después de todo te debo tanto y te quisiera cobrar más, pero ya no es tiempo de eso, de nada más que sonrisas de amistad, abrazos inocentes y besos en la mejilla que no pasarán de allí, y menos en una banca azul debajo de la sombra de árboles cómplices y de cielos claramente azules para ti y para mí.
Tal vez no habrá más juegos de mesa en un café, ni tus manos tomando las mías bajo la mesa, tal vez no habrá más espiar entre las cortinas del teatro buscando tu rostro difuso entre la gente, ni habrá más personajes pícaros de películas de otras galaxias, ni haya más esperar a partidos de fútbol por la tarde, ni habrá más horarios que aprender, ni encuentros que fingir, ni mensajes que mandar, ni tendremos que descifrar miradas a lo lejos.
Pero siempre habrás tú y habré yo en cada uno de los dos, siempre habrá tu primer beso, tu primer abrazo y tu primer te quiero, siempre habrá el recuerdo de las mariposas en el estómago, que ahora migran, y por siempre habrás tú en mi sueños, anhelos y plegarias.
Me dijiste que tarde nunca era para decir estas cosas, aunque yo me aferraba, pues más que tarde era injusto, para los dos.
Pero ahora, yo, egoísta, te escribo esto y no más, pues mis palabras se resbalan en lágrimas, y mi corazón se deshace en el mismo palpitar de cuando me tapaste los ojos por primera vez o cuando me mirabas risueño al otro lado de la cafetería, que en ese momento se convertía en mi paraíso.
Lamento mi torpeza, más por mí que por ti, pues ahora tu recargas tu cabeza en alguien y yo la reclino en recuerdos, pero no se trata de mí, se trata de ti, de tú belleza, de tú cortesía y de tu casi perfección.
Te quiero infinitamente por enseñarme a no dudar, y a arriesgar y te quiero aún más por haber existido en mí y seguir exisitiendo el resto de mis días.
Espero no causar malestares, ni dolencias y te escribo porque a pesar de mi hablar fluido, este tipo de palabras no salen tan fácil.
Hubieras, hay muchos, pero sólo tú el más grande y querido de todos.