Te miro una vez más sentado frente a tu cuaderno en blanco, juegas con las plumas y los lápices, los paseas por todo el pupitre y yo escondiéndome tras el cuaderno, tratando que no me veas.
Y de pronto me miras, pero es una mirada tan fugaz que ni siquiera alcanzarla puedo, cuando vuelves sobre mí y detienes ese hermoso iris, puedo sentir como el rubor se esparce por todo mi cuerpo y no soporto la verguenza, sonries, en ese momento desfallezco.
Aún entre la multitud de los pasillos puedo verte platicar y sólo paso a unos centímetros de tí, esperando escuchar una palabra tuya.
Puedo pasar horas enteras pensando en tu cara, tu voz, tu mirada. Y se que ya es suficiente, cómo puedo hacer para escaparme de tu encanto, cómo puedo evitar preocuparme por este sentimiento que me llena y es capaz de dibujar mil estrellas en mi sonrisa.
Soy una tonta, lo soy, no puedo seguir así, pues no sé nada de tí, mas que te amo.
Soberbia te acuso de ser un homo bobus y trato de convencerme que no tienes ni una pisca de entendimiento, todo un bruto, un necio.
Pero sólo dura unos segundos, este amor no me deja desprestigiarte, este amor no me permite desprenderme de tus manos que no me pertenecen.
Y ahora, al igual que todas las mañanas, me miro frente al espejo y me repito en voz alta, esperando estas palabras se graben en el reflejo: ¿Por qué no?, aunque se perfectamente que ese no es más grande que cualquier por qué.