Un sorbo más a este café que espero pueda calmarme un poco.
Los recuerdo a todos, o a casi todos, tan bien como si los tuviera enfrente. Algunos poetas frustrados, otros vagos sin más oficio que amar sin medida y otros músicos queriendo entonar hasta el más mínimo detalle.
Todos ellos fueron queridos míos, o al menos así intenté llamarlos.
Al principio todo era tan dulce como una paleta en mis labios, quería amarlos con la misma locura con que ellos lo hacían, me resultó imposible.
Todos volaron en el cielo de mis manos y al final terminaron desplumados por aquello que añoraban.
Pero por más que lloraba, por más que azotaba contra la pared esa soledad, no podía evitar sentir una culpa que me roía hasta los huesos.
Al principio todo era tan dulce como una paleta en mis labios, quería amarlos con la misma locura con que ellos lo hacían, me resultó imposible.
Todos volaron en el cielo de mis manos y al final terminaron desplumados por aquello que añoraban.
Pero por más que lloraba, por más que azotaba contra la pared esa soledad, no podía evitar sentir una culpa que me roía hasta los huesos.
¿Cómo era yo? ¿una musa, capaz de utilizar a alguien?, ¿cuál era la verdadera razón para infringir tal sufrimiento a mis amores?.
Durante tanto tiempo traté de saberlo, durante mucho tiempo insistí en crear esa razón incontrolable, que me causaba asco, que me causaba rabia y lástima a mi persona.
Me decía que era tan mala como la carne de puerco en vigilia. Pero no podía evitarlo, era como si ese sentimiento me ligara a él.
Me decía que era tan mala como la carne de puerco en vigilia. Pero no podía evitarlo, era como si ese sentimiento me ligara a él.
Esas ganas de saber que me necesitan y que yo no los necesito, esa ansia por forjar la sombra de un lazo que con un simple silencio podría ser derrumbado.
Me tomaron muchas víctimas y mucho café para entenderlo.
Así era, en verdad el sufrimiento parecía alimentarme y lo peor de todo era que me encantaba.
Me perdí en ese éxtasis de amargura ajena, me sumí en esa emoción de los halagos desmesurados, me encarné a las palabras de amor verdaderas y al hermoso silencio del rechazo.
Y con el tiempo, la culpa se desvaneció junto con los besos y ya sólo quedaban los despojos de un corazón mentiroso, miserable y ruín que latía más y más en mi lecho.
Un sorbo más, pues el próximo toca a la puerta